Por Beatriz Villanueva Martín | beatriz@igotlife.es

Amor romántico patriarcal: las cautivas no negocian

“Las mujeres contemporáneas dedicamos muchos esfuerzos y afanes a modernizar la vida social, la cultura, las leyes, la política. ¿Nos dedicamos a modernizar el amor? En lo que yo conozco y encuentro, donde dejamos más intocada la tradición es en todo aquello que tiene que ver con el amor”

(Marcela Lagarde)

Comienzo con esta reflexión de la antropóloga y política feminista mexicana Marcela Lagarde ya que es algo que deberíamos plantearnos seriamente como espacio a cuestionar. Es cierto que hoy en día las mujeres, tras cuestionarse diversas opresiones en muchos campos, tenemos el reto de reflexionar sobre cómo el amor nos vincula a relaciones de dependencia e incluso de abuso y violencia machista. Necesitamos construir un compromiso con nosotras mismas, afirma Lagarde. “Es fundamental saber que no hay ninguna posibilidad de negociación si estamos en colocadas en el cautiverio del amor patriarcal. Las cautivas no negocian, están sometidas. Estar cautiva es el resultado de ser construidas en el mundo patriarcal. Estamos en el cautiverio, y a la vez, estamos embelesadas por el cautiverio”.

Pero ¿qué es el amor romántico?: el amor romántico es un modelo de amor que fundamenta el matrimonio monogámico y las relaciones de pareja estables de las culturas modernas, principalmente las occidentales. Es considerado como un sentimiento profundo y superior a las meras necesidades fisiológicas (deseo sexual), que generalmente implica una mezcla de deseo emocional y sexual, otorgándole aún más énfasis a las emociones que al placer físico.

La locura utópica del amor romántico

Marcela Lagarde afirma que el amor romántico se plantea como un amor puro. “Es de una pureza tan poderosa que no requiere de ninguna sanción social”

Algunas características del mismo serían:

  • Un inicio súbito (amor a primera vista)….
  • … pero que durará para siempre
  • Logro de la felicidad, la auto-realización y el sentido vital a través de la otra persona
  • Sacrificio por la misma
  • Pruebas de amor, que pueden llevar implícitas actitudes generadoras de desigualdad (por ejemplo: no te vistas así, no hables con ese chico, no salgas hoy, etc.)
  • Fusión con el otro, que en ocasiones conlleva un olvido de la propia vida
  • Expectativas “mágicas” (por ejemplo, la fantasía de encontrar un ser absolutamente complementario, la media naranja)
  • Vivir en una especie de “simbiosis”, que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble.

Las características más señaladas de este tipo de amor se confirman y difunden a través de relatos literarios, películas, series, canciones y, en general, a través de la socialización. Se trata de un tipo de afecto que, especialmente para las mujeres, presume ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré por encima de todo) y que implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida).

Estas creencias y muchas otras más están fuertemente arraigadas en nuestra sociedad. “En la concepción tradicional del amor, se espera que las mujeres seamos ignorantes. La ignorancia se llega incluso a considerar un atributo del amor. En la moral amorosa tradicional, esa ignorancia es elevada al rango de virtud, una virtud femenina”, sostiene Lagarde.

Como se señala en el estudio «La calidad de la relación de pareja. Aportaciones de la investigación» de Medina, Castillo y Davins, “algo que parece incuestionable en nuestros días es que para iniciar una relación necesitamos estar apasionadamente enamorados. El hombre y la mujer occidental de nuestros días considerarían un fracaso personal no haberse enamorado”.

Los autores explican que la trampa en la que podemos incurrir es el “enamorarnos de estar enamorados”, considerando que dicho estado ha de permanecer incólume con el paso del tiempo, lo cual es imposible. Pero he aquí que el amor romántico patriarcal nos promete esta idea: que el amor intenso y apasionado durará para siempre. “Resulta de enorme importancia identificar las diferencias entre el enamoramiento y el amor” afirma rotunda Lagarde. 

Es importante señalar la paradoja de vincular la relación de pareja, que se pretende estable y duradera, con algo tan volátil y fluctuante como es el apasionamiento. Ello podría generar falsas idealizaciones, decepción y atribución de los posibles conflictos de pareja a la desaparición del vínculo amoroso . Efectivamente, este modelo de amor idealizado crea falsas expectativas y puede conducir a la frustración y el fracaso afectivo, al confundir apego (que es un estado afectivo perdurable) con enamoramiento (que es un proceso previo al apego, y de menor duración). Según esta perspectiva, el amor romántico se basaría en la anulación a través de la renuncia de una o uno mismo, y podría ser la base, en cierta medida, de la violencia de género.

La mayor parte de las historias de amor romántico están basadas en un modelo heterosexual idealizado en el que hombres y mujeres nos complementamos a la perfección porque los papeles y la función de cada uno dentro de la pareja están claramente diferenciados. Las mujeres y niñas protagonistas de los cuentos y las películas casi siempre cumplen un papel pasivo (princesa encerrada en su castillo esperando años y siglos).

Las mujeres aparecen en los cuentos, las películas, los anuncios publicitarios o las series de televisión muy a menudo en relación a los protagonistas masculinos: esperándoles, apoyándoles incondicionalmente, dándoles placer, ternura y cuidados, etc. “En las mujeres, el enamoramiento clásico tiene como consecuencia que el amado queda instalado en el centro de la propia subjetividad. Por eso, tantas autoras han hablado de las mujeres como “seres habitadas o colonizadas” (Lagarde).

Por ello, me pregunto; si el ser amado queda colocado en el centro de la vida de las mujeres ¿dónde queda lo que queda del yo?. Las mujeres que siguen un esquema de amor romántico patriarcal le otorgan la prioridad a la otra persona, en el sentido de que su vida queda ligada a él o ella, haga lo que haga, corresponda en el amor o no.

En el enamoramiento existen diferencias de género” sostiene Lagarde. Los hombres generalmente corren aventuras y luchan contra las fuerzas del mal, convirtiéndose al final en adultos valientes, responsables y maduros que se ha superado a sí mismos y son capaz de auto mantenerse. El mito masculino más corriente es el príncipe azul cuya principal función es la de salvar a la mujer (de la pobreza, del trabajo asalariado, del aburrimiento o del maltrato de otras mujeres: madrastras, hermanastras, brujas y reinas malvadas).

“Social y culturalmente, el enamoramiento ha sido construido para dar poder a los hombres. Los hombres aguantan dos o tres días de pérdida del yo, pero pronto los hombres enamorados-construidos como protagonistas de su vida y de su mundo- sienten la necesidad de salir de ese éxtasis, de hacer algo para sí mismos. El enamoramiento se vuelve en ellos potencia de autoestima.” sostiene Lagarde.

En los relatos tradicionales las mujeres, salvo excepciones, no han sido representadas luchando contra el miedo, ni asumiendo su plena responsabilidad sobre su presente y su futuro, dado que su único fin en la vida es esperar a que algo externo (el hombre) cambie su situación. El amado irá a buscarla, se casará con ella y la mantendrá de por vida como a una princesa. Y es que las princesas no necesitan ser autónomas, ni económica, ni emocionalmente: su gran ocupación va a ser cuidar de él y de los hijos e hijas en un hogar idealizado lleno de dicha y amor.

Por supuesto, todo este discurso no es fortuito, lleva implícita toda una carga simbólica que persigue el control de las mujeres, de sus cuerpos y sus sexualidades. Desde una perspectiva de género, esta forma de enamoramiento reproduce desigualdades y genera desigualdades que atentan sobre todo contra quien está en subordinación.

El amor burgués, tú eres mía- yo soy tuyo

Cuando a las mujeres burguesas se les prohibía trabajar, el único modo de adquirir bienes o de tener poder era el matrimonio heterosexual, institución que ligaba a hombres y mujeres en pactos contractuales en los que cada uno aportaba algo diferente. Ellas: afectos, ternura, cuidados y placer. Ellos: posición social y económica. Ellas aportaban su capacidad reproductiva y su rol de asistenta doméstica; ellos el dinero, la protección y los recursos.

No es de extrañar, por tanto, que dependencia económica y dependencia emocional vayan dadas de la mano bajo la fórmula “te quiero-te necesito”, el “tú eres mía y yo soy tuyo”. Las mujeres de las culturas patriarcales han sido tradicionalmente educadas para asumir su inferioridad, para esperar, para aguantar, para amar incondicionalmente, para cuidar su imagen, ser bellas (condición indispensable para poder ser las elegidas), y sobre todo para aprender a sacrificarse por amor.

Paralelamente, los hombres han sido educados para asumir su obligación de aportar dinero a la casa familiar y también para asumir su superioridad, para contener sus sentimientos, para sentirse libres, para tomar el mando o para alcanzar el éxito económico. También han sido educados para necesitar una mujer a su lado que lo nutra, le limpie, le dé hijos, le cuide cuando enferma y que lleve una vida en torno a sus necesidades, siempre dispuesta para agradarle. Son muchas las mujeres heterosexuales que han sacrificado su vida personal, su profesión y sus propias metas para propiciar el desarrollo profesional de sus maridos.

En la actualidad la división genérica de roles ya no es tan rígida como antaño y por fin las mujeres hemos accedido masivamente a la educación y al mercado de trabajo gracias a la lucha feminista. A pesar de esto, no hay que menospreciar el gran peso que tienen las creencias instauradas y perpetuadas durante siglos sobre los roles de género y el papel de hombres y mujeres en las relaciones.

Para cerrar, señalaremos que estas creencias sociales siguen dando suma importancia al estereotipo del amor apasionado y al romanticismo como valedores del buen funcionamiento de la pareja, sobredimensionando su papel (Medina, Castillo y Davins, 2006:2) Como características de una relación sana, desmitificando el papel prioritario que se otorga al romanticismo, tendríamos “la capacidad para la comunicación, el intercambio y el apoyo emocional. Una pareja con buenas perspectivas de continuar […] es aquella que mantiene la capacidad de dar y recibir, de afrontar conjuntamente los sentimientos de frustración y hostilidad, de soportar las diferencias individuales y de resolver la tensión dialéctica” (Medina, Castillo y Davins, 2006:2)

Y, en el marco de estas dinámicas, “construir el amor con justicia. Las mujeres hemos de recortar la brecha de desigualdad que nos desfavorece. Recortarla en todo: en la economía, en el uso del tiempo, en la atención a los demás. No tenemos que suponer que estamos en condiciones de igualdad, porque no lo estamos” (Lagarde, 2001:459).

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