Por Beatriz Villanueva Martín | beatriz@igotlife.es

La autodependencia, o el reto de permitirme ser libre

El término autodependencia lo leí por primera vez en un libro del terapeuta Jorge Bucay. No soy la gran fan de los libros de autoayuda, pero esa palabra en la portada llamó poderosamente mi atención. Así que mi curiosidad ganó y me propuse indagar en el término y su significado.

Desde entonces, ha sido una pieza clave en mi manera de entender el crecimiento personal, la capacidad de gozarse la vida y la autenticidad, y desde ella enfoco mi trabajo terapeútico.

Primer paso… ¿qué es la dependencia?

Para llegar explicar en qué consiste la autodependencia, Bucay comienza indagando en la etimología de la palabra dependencia. Ésta proviene del latín y deriva de la palabra pendiente, que literalmente significa “que cuelga” (de pendere), es decir, que está suspendido en el aire, sin base. Pendiente, entonces, significa también algo incompleto, inconcluso, sin resolver.

En conclusión, una persona dependiente es alguien que vive colgada de otro, o de otros, sin una base propia.

Y se convierte, en este sentido, en una persona incompleta, no desarrollada al máximo de su potencialidad. Depender significa entregarse voluntariamente a que otro arrastre mi conducta, según su voluntad y no según la mía.

 ¿La independencia es la solución?

Y bien, ante esta situación no deseable, ¿cuál sería la alternativa? Se podría plantear la independencia, pero ésta, sencillamente, no es viable. Es imposible que un ser humano llegue a no depender de nadie.

A través de multitud de estudios, muchos del ámbito de la economía feminista, ya se ha evidenciado que los seres humanos no somos autosuficientes, sino vulnerables y dependientes –en diferentes grados de intensidad a lo largo de nuestras vidas-.

“La autosuficiencia –recuerda la economista Amaya Pérez Orozco- es un espejismo que sólo se mantiene en base a ocultar las dependencias y a los sujetos que se hacen cargo de ellas” (es decir, mayoritariamente las mujeres)

Las personas, explica Orozco, somos dependientes ya que partimos de una condición ontológica fundamental que es la materialidad de la vida y los cuerpos. La vida es vulnerable y finita; es precaria. Si no se cuida, no es viable.

Las personas podemos enfermar, o sencillamente pasamos por ciertas etapas en las que recibir cuidados es algo completamente fundamental, como en la niñez o la vejez. “Reconocer la vulnerabilidad no es reconocer un mal –afirma Orozco-, sino la potencia que hay ahí: la posibilidad de sentirnos afectadas/os por lo que les ocurre al resto, y la constatación de que la vida es siempre vida en común”.

 Soy dependiente, pero a cargo de esa dependencia estoy yo

Pero esta dependencia a la que se refiere Orozco, entendida como el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad como seres humanos, nada tiene que ver con una dependencia patológica como a la que nos referíamos anteriormente, que provoca que una persona se vea a través de los ojos de los demás o que su voluntad y autoestima se anule.

De hecho, la autodependencia consiste en reconocernos como seres vulnerables, que necesitamos de las demás personas, pero también en ser conscientes de que cada una/o está a cargo de sí misma/o. Como apunta Bucay, “me sé dependiente, pero a cargo de esa dependencia estoy yo”.

mujer carretera desde mi esencia

¿Qué quiero, con qué disfruto, qué vida estoy llevando?

El asumir un rol autodependiente implica un proceso de cuestionamiento, de toma de conciencia, de responsabilización de la propia vida y de las propias decisiones (qué hago en la vida, con quién quiero compartirla, en qué invierto mi tiempo, con qué disfruto, qué me perjudica, qué me equilibra y qué me desequilibra).

“Autodependencia –sigue Bucay- significa contestarse las tres preguntas existenciales básicas: quién soy, adónde voy y con quién” y en ese orden: cuidado con definir quién soy a partir de quién me acompaña.

 

principito

 

La autodependencia tiene que ver con la autenticidad

La autodependencia tiene que ver con ser auténticamente quien la persona es y no quien los demás quieren que sea, reduciendo de esta manera las posibilidades de ser manipulada.

Queda muy bien reflejado en los cinco permisos que la psicoterapeuta Virginia Satir cataloga como inherentes a toda persona:

  1. El permiso de estar y de ser quien soy, en lugar de creer que debo esperar que otra persona determine dónde yo debería estar o quién debería ser.
  2. El permiso de sentir lo que siento, en vez de sentir lo que otras personas sentirían en mi lugar.
  3. El permiso de pensar lo que pienso y también el derecho de decirlo, si quiero, o de callármelo, si así me conviene.
  4. El permiso de correr los riesgos que decida correr, con la única condición de aceptar pagar yo misma/o los precios de estos riesgos.
  5. El permiso de buscar lo que yo creo que necesito en el mundo, en lugar de esperar que alguien más me dé el permiso para obtenerlo.

Para que una persona sea capaz de darse estos permisos, en primer lugar ha de tomar la decisión, querer hacerse cargo de sí misma, apostar por comenzar un proceso de autoconocimiento y autoconciencia.

Como escribe Bucay:

“Tengo que darme cuenta de la influencia que tiene cada cosa que hago. Para que las cosas que me pasan me pasen, yo tengo que hacer lo que hago.

 Y no digo que puedo manejar todo lo que me pasa sino que soy responsable de lo que me pasa porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que suceda.

Yo no puedo controlar la actitud de todos a mi alrededor pero puedo controlar la mía. Puedo actuar libremente con lo que hago. Tendré que decidir qué hago. Con mis limitaciones, con mis miserias, con mis ignorancias, con todo lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la mejor manera de actuar. Y tendré que actuar de esa mejor manera.

Tendré que conocerme más para saber cuáles son mis recursos. Tendré que quererme tanto como para privilegiarme y saber que esta es mi decisión. Y tendré, entonces, algo que viene con la autonomía y que es la otra cara de la libertad: el coraje.

Tendré el coraje de actuar como mi conciencia me dicta y de pagar el precio. Tendré que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererme así como soy; y si te vas a ir de mi lado, así como soy; y si en la noche más larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir… cerrá la puerta, ¿viste? porque entra viento. Cerrá la puerta.

Si esa es tu decisión, cerrá la puerta. No voy a pedirte que te quedes un minuto más de lo que vos quieras. Te digo: cerrá la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y esta va a ser mi decisión. Esto me transforma en una especie de ser inmanejable.

Porque los autodependientes son inmanejables. Porque a un autodependiente solamente lo manejas si él quiere. Esto significa un paso muy adelante en tu historia y en tu desarrollo, una manera diferente de vivir el mundo y probablemente signifique empezar a conocer un poco más a quien está a tu lado.

Si sos autodependiente, de verdad, es probable que algunas personas de las que están a tu lado se vayan… Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno, habrá que pagar ese precio también. Habrá que pagar el precio de soportar las partidas de algunos a mi alrededor y prepararse para festejar la llegada de otros.»

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6 comentarios

  1. Estupendo blog y muy buen artículo, eres genial Bea, no se podía esperar menos de ti. Lo he compartido en Facebook en Tengo un blog. Muchos besos y gracias.

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