Los seres humanos nacen como si de hojas de papel en blanco se trataran. Limpias, sin condicionamientos, ni tachaduras, ni párrafos vacíos o llenos de palabras, bien o mal escritas. Nada más nacer, las autoridades médicas asignan el sexo a la persona recién llegada. Lo hacen de acuerdo con la apariencia de los genitales y, de esta decisión, derivan aspectos tan importantes como el nombre o el registro en los documentos estatales (es decir, el sexo legal).
“El bebé, ¿es niño o niña? No lo sabemos, todavía no nos lo han dicho” (Bornstein, 1994:46)
A partir de esta designación como hembra o macho, y en consonancia con la misma, comienza un proceso que durará toda la vida y que se consolidará con los años, el cual se denomina socialización de género, e hila finamente las identidades generizadas de mujeres y hombres. Hay quien señala que este camino se inicia ya durante la gestación, a través de las expectativas que los padres y las madres proyectan sobre el bebé.
Se trata, pues, de un proceso complejo de aprendizaje cultural, que afecta a todas las personas y sienta las bases de los llamados estereotipos de género . A través de esta carrera de fondo, niñas y niños aprenden e interiorizan los roles, normas, valores, costumbres que les son asignados en función de su sexo por su cultura y sociedad particular.
He aquí una pequeña muestra de algunos de los hábitos, creencias y frases hechas, profundamente enraizadas, repetidas e institucionalizadas, con las que se nos construye como mujeres y hombres como dios manda y por las que, consciente o inconscientemente, nos regimos en el día a día:
Las niñas se visten de rosa y los niños de azul.
A las niñas se les perfora las orejas al nacer y se les ponen pendientes para que vayan guapas.
A los niños les gusta jugar con coches, soldados y construcciones; a las niñas, con cocinas y muñecas.
Los niños se pueden manchar, las niñas tienen que ser finas.
Los chicos no lloran, las chicas no juegan al fútbol.
Los chicos son brutos, las chicas son más dulces y responsables.
Los chicos pueden (y deben) experimentar con el sexo y ser promiscuos, las chicas no bajo peligro de ser consideradas unas «putas» o de ser abusadas por exponerse demasiado.
Los chicos pueden salir de noche, para las chicas es peligroso.
Las mujeres son más emocionales. Los hombres son pragmáticos.
Las mujeres pueden hacer muchas cosas a la vez, los hombres sólo una.
A las mujeres se les dan bien las tareas domésticas, a los hombres el bricolaje.
Los hombres tienen un deseo sexual mayor que el de las mujeres.
Las mujeres necesitan sentirse queridas para tener relaciones sexuales.
Las mujeres son más empáticas, los hombres más inmaduros.
Y así un largo etcétera.
Sería posible seguir escribiendo líneas y líneas con miles de dichos, creencias y ejemplos de modus operandi que entretejen las identidades de género y cuyo objetivo principal es mantener las relaciones de poder existentes definiendo claramente qué es un hombre y qué es una mujer (cuáles son sus capacidades y habilidades, cómo actúan, piensan, hablan, sienten, priorizan y eligen).
No todas las niñas y los niños, las mujeres y los hombres, asumen de manera integral las nombradas características, rasgos y maneras de comportarse; pero el discurso patriarcal dominante, trasladado no sólo desde las instituciones sino también desde las familias, sí los repite como un estribillo eterno e incuestionable de manera que, a un nivel o a otro, cala en todas las personas.
La técnica de enseñanza del género consiste en la repetición y la naturalización de dichos estereotipos por parte de los agentes de socialización (la familia, los medios de comunicación, la publicidad, la escuela, las iglesias, etc.), como si de un mantra se tratara, hasta el punto de que tanto mujeres como hombres los asumen como propios de su sexo, como si fueran rasgos genética o biológicamente determinados.
Pero nada más lejos de la realidad.
Hoy por hoy no se ha encontrado ningún rasgo propio de la masculinidad o de la feminidad que tenga carácter transcultural y universal. Consecuentemente, se puede afirmar que las personas no nacen predeterminadas biológicamente con una identidad de género concreta, sino que ésta es construida socialmente y sirve a una lógica de poder patriarcal y androcéntrica que coloca a las mujeres en posición de subordinación con respecto a los hombres y es la base de las violencias contra las mujeres. También está en el origen de un destacado sufrimiento de género de muchos hombres que no se sienten identificados con esa masculinidad tradicional que les exige fuertes, autoritarios, seguros y siempre sin miedo.
Pero todo lo que se salga de esa normalidad de género, de esa normatividad, donde las mujeres hemos de ser guapas, finas, dulces y sonrientes y lo hombres seguros, autoritarios, fuertes y pragmáticos, es reprimido y criticado por el sistema y sus instituciones, que definen una única manera de ser hombres y mujeres.
LOS SERES HUMANOS SOMOS DIVERSXS y tenemos el derecho de ser LIBRES en nuestros gustos, maneras de amar, habilidades, deseo sexual.. El primer paso para realizarnos plenamente como seres humanos es cuestionar estos roles de género que, gota a gota, como en aquella tortura china, se nos inculcan desde pequeñxs, reprimiéndonos y haciéndonos sentir culpables e inútiles si nos desviamos de la norma. Y, sobre todo, los privilegios que se derivan de esta socialización de género, donde las mujeres tenemos todas las de perder, han de acabar porque sencillamente no son justos y tienen un gran impacto negativo en la salud física y psicológica de las mujeres.
2 comentarios
Muchas gracias compañeras! Es un gusto tener mujeres tan potentes como vosotras alrededor. Un fuerte abrazo y espero vernos pronto para compartir.
¡¡Genial, Bea!! Bien expuesto y documentado. Lo comparto en Facebook en Tengo un blog. Besos.